Fray Cucufate.
Fray Perico, al día siguiente, dejó la cocina y se fue tan contento a dar vueltas a la chocolatera. Era un caldero muy grande lleno de chocolate. Fray Perico tomó el molinillo. Una vuelta, dos vueltas, tres vueltas, cien vueltas, ¡cataplum!, perdió el equilibrio y se cayó de cabeza dentro. Cuando fray Cucufate llegó, no vio a fray Perico y gritó:
Fray Perico, al día siguiente, dejó la cocina y se fue tan contento a dar vueltas a la chocolatera. Era un caldero muy grande lleno de chocolate. Fray Perico tomó el molinillo. Una vuelta, dos vueltas, tres vueltas, cien vueltas, ¡cataplum!, perdió el equilibrio y se cayó de cabeza dentro. Cuando fray Cucufate llegó, no vio a fray Perico y gritó:
¾ Fray Perico, ¿dónde
estás?
¾ ¡Aquí, en el caldero!
¡Sácame que me ahogo!
Fray
Cucufate le sacó con el cucharón, le apretó un poquito y a fray Perico le salió
chocolate por las orejas. Todos los frailes se enfadaron mucho y le tuvieron
que poner a remojo en una tinaja de agua caliente.
Otro
día se le acabó el azúcar a fray Cucufate y mandó a fray Perico por un saco a
la cocina. Como fray Perico no sabía leer se confundió con el saco de la sal,
lo cargó en sus costillas y lo echó en el chocolate. Fray Cucufate le dio bien
de vueltas, probó con el cucharón y por poco le dio un patatús.
Fray
Cucufate, con lágrimas en los ojos, tuvo que tirarlo a las gallinas, que se
pasaron cinco días poniendo huevos de chocolate. Fray Perico no daba una en el
clavo, y fray Cucufate ya estaba hasta la coronilla de él. Lo peor fue otra vez
que le mandó echar avellanas en el caldero, y fray Perico las echó con cáscara
y todo. El pobre fray Cucufate probó una onza, se rompió un diente y puso a
fray Perico en la puerta.
¾ ¡Vete a la iglesia y
bárrela, que mañana es fiesta!
Fray
Perico fue a la iglesia y empezó a barrerla. De pronto se oyó un disparo a lo
lejos. Una paloma herida entró por la ventana y fue a refugiarse en los brazos
de San Francisco. En esto llegó un cazador dando zapatazos y, viéndola, dijo:
¾ Hermano, esa paloma es
mía y me la voy a llevar.
Fray
Perico asió la escoba y echó al hombre fuera a escobazos. Luego, fray Perico
llevó la paloma a la enfermería y la curó con yodo y esparadrapo. La paloma,
así que estuvo curada, voló a refugiarse en los brazos de San Francisco. De
allí no volvió a moverse si no era para posarse en los hombros de fray Perico.
Una
tarde entró un moscón en la iglesia y picó a San Francisco en la nariz. Fray
Perico se lio a escobazos y rompió dos jarrones. El hermano Balandrán, el
sacristán, le echó de la iglesia y cerró la puerta. Fray Perico se fue donde
estaba fray Ezequiel y le dijo:
¾ ¿Quieres que te ayude?
¾ Sí, lleva este cubo y
da de beber a las ovejas.
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Los frailes huyendo de las abejas. |
Fray Perico entendió mal y fue a
echar agua a las abejas. Levantó las tapaderas de las colmenas y echó un chorro
en cada una. De pronto, las abejas levantaron el vuelo y echaron a correr
detrás de fray Perico. Una le picó en la nariz. Fray Perico gritaba mientras
iba a toda velocidad camino del convento. Los frailes estaban rezando. Fray
Perico entró en la iglesia por una puerta y los frailes tiraron los libros de
rezos y salieron por la otra. Fray Olegario, el viejecito, era el que más
corría. Saltaron por la ventana de la cocina y se tiraron de cabeza al
estanque. Fray Pirulero se quedó viendo visiones, los regañó por correr tanto y
dijo:
¾ ¡Hermanos, a ver si
otra vez salimos por la puerta!
Pero
cuando vio las abejas, fray Pirulero se lanzó dentro de una tinaja de aceite.
El gato llegó el último, bufando, y también se tiró al balsón. Las abejas se
fueron a su casa protestando con un gran zumbido. Los frailes sacaron la cabeza
y se fueron a la cocina a secarse. Y a fray Perico tuvieron que vendarle la
nariz.